Autor
Enrique Valdés, periodista de la Fiscalía General de la República
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En este artículo:
Cuba, Pacto del Zanjón, Antonio Maceo, Baraguá
Foto tomada de Internet

Hace hoy 145 años. Los campos indomables de Cuba parecían más dóciles. La sangre de cientos de miles de patriotas hervía de furia. La traición cabalgaba vestida de paz.

Parecía que la Guerra de los Diez Años, militarmente ganada, sucumbía ante males como la desunión de las tropas mambisas y el caudillismo que envileció a muchos de sus jefes.

 Arsenio Martínez Campos, por aquel entonces Capitán General de la Isla, lanzó una iniciativa que proponía una paz sin independencia. Y esa propuesta de capitulación encontró adictos. El 10 de febrero del año 1878 se firmó el deshonroso Pacto del Zanjón.

 La corona española celebraba su éxito. Habían sabido captar a su favor las grietas mambisas y se frotaban las manos ante la posibilidad de conservar a Cuba como su colonia. Pero sabían también que sin la rendición del Titán de Bronce Antonio Maceo Grajales la victoria no estaría completa y a buscarla fueron.

 ¡Que lejos estaba el Capitán General español de imaginar que allí, bajo los Mangos de Baraguá, mientras pensaba ganada la contienda, se estaba escribiendo una de las páginas más gloriosas de la historia patria!

 Guárdese ese documento, dijo Maceo, no nos entendemos. El 23 se rompe el corojo. Y ya no quedó dudas de que más temprano que tarde el fervor patriótico se impondría de nuevo en los campos de batalla derribando las banderas de la deslealtad que cabalgaban en los corceles de una paz indigna.

 Baraguá fue el símbolo que mantuvo vivo el independentismo cubano. El fin de los combates no trajo paz, ni prosperidad, solo dolor y más vasallaje. Quedaba demostrado que las concesiones de principios solo conducen a la muerte de los ideales.

 Allí, en los años que siguió a la turbulencia de la guerra de 1868, calificada por José Martí como el período de la Tregua Fecunda, permanecían los mismos factores objetivos que desencadenaron la lucha y con ellos los sectores más progresistas que la radicalizaron a lo largo de una década.

 Esa fue la semilla de la Guerra Chiquita y de la gesta de 1895. Esa fue la inspiración para los Jóvenes del Centenario encabezados por Fidel. Esa fue la que acompañó a los Asaltantes del cuartel Moncada y a los expedicionarios del Yate Granma en su afán de lucha. Esa fue la semilla que germinó el primero de enero del año 1959.

 Baraguá fue un símbolo. Baraguá es nuestro símbolo de intransigencia revolucionaria. De convicción profunda de que siempre habrá un cubano digno que levante su voz contra los traidores de la patria.

 El Zanjón nos alerta que la capitulación solo trae dolor y vergüenza. Baraguá muestra el camino a seguir para preservar la verdadera paz con independencia.   

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