Hace ya 63 años que se nos fue Camilo. Toda una eternidad si medimos el impacto de la partida por el dolor que dejó en todo su pueblo.
O quizás muy poco tiempo para recordarlo o hablar de él en pasado. Solo que ante la disyuntiva se impone la realidad. Camilo Cienfuegos Gorriarán, nuestro Camilo, no murió aquel 28 de octubre de 1959, simplemente accedió a la dimensión histórica reservada a héroes como él.
Mentiría si dijera que desde la distancia de mis seis años aprendí a conocerlo bien. Eso es imposible. No obstante era tanto el amor que despertaba que a su paso parecían florecer retoños de simpatía y abedules de cariño.
Por eso lloré aquel día en que una nota desmintió su aparición. Por eso año tras año, lanzó mi flor al mar.
Siempre me pregunté Cómo es posible que una persona, en su corto trayecto por la vida, haya podido dejar un legado tan profundo. Y en la búsqueda de esa respuesta me adentré en libros de texto, entrevisté a algunos de sus conocidos, bebí de la impronta de sus misivas.
Entonces lo entendí: Camilo es pueblo, cubanía, patriotismo, entrega. Es todo un símbolo de la fidelidad a la Revolución y a su patria. Por eso está vivo. Por eso es eterno.
Hoy que alabarderos de lo imposible pronostican a los cuatros vientos el final de la Revolución Cubana, que desde el imperio sus mercenarios vaticinan la restauración del capitalismo salvaje e incluso algunos personeros defienden al sanguinario dictador Fulgencio Batista, responsable del asesinato de más de 20 mil patriotas en apenas unos años, Camilo, con su sombrero Alón y su fusil al hombro, vestido de pueblo, se mantiene vigilante.
Porque tal como afirmara Fidel en uno de sus memorables discursos, en el pueblo hay muchos Camilo, hombres y mujeres que como el Héroe de Yaguajay retoman los versos de Bonifacio Byrne, y afirman:
Si deshecha en menudos pedazos, llega a ser mi Bandera algún día, nuestros muertos alzando los brazos, la sabrán defender todavía.
