
Han transcurrido 152 años de la caída en combate de Ignacio Agramonte, el 11 de mayo del año 1873, quien con solo 32 años de edad legó tanto heroísmo y ejemplos a la Patria que hoy es imposible abordar nuestra historia sin situarlo en la parte más alta de las gestas libertarias.
Dicen los libros que una bala golpeó en su sien y cercenó su vida, pero los millones de cubanos que a lo largo de más de siglo y medio lloramos su partida aprendimos que hombres como El Mayor - como también se le conoce - han dejado un legado imperecedero, imprescindible hoy en la que un grupo de Zanjonistas abogan por rendirse ante Estados Unidos y traicionan su Patria.
Es cierto, en Jimaguayú perdimos al fundador de la Junta Revolucionaria del Camagüey, al intransigente jefe militar amado por sus hombres y temido por los enemigos, al consumado jurista, a uno de los artífices de la primera Constitución Mambisa de Guáimaro, la cual, entre aciertos y desaciertos, guió buena parte de la Guerra de los Diez Años y le dio un gobierno a la República en Armas. Y eso a lo largo trajo consecuencias nefastas.
¿Cuál sería el camino de la Guerra si Agramonte no hubiera caído en aquel potrero? ¿Habrían podido los enemigos de Carlos Manuel de Céspedes destituirlo del mando y prácticamente enviarlo solo y sin escolta a un pequeño poblado casi a merced de las huestes españolas? ¿Acaso el disciplinado guerrero apoyaría los movimientos sediciosos como los de Laguna de Varona, que tanto daño causaron a la unidad de las armas revolucionarias?
Las anteriores son preguntas sin respuestas explícitas que caen en el campo de la subjetividad y la especulación, pero desde la óptica del revolucionario cabal preferimos creer que nada de eso hubiera formado parte de su indestructible legado.
Ponderamos entonces el nacimiento de uno de nuestros mayores símbolos, del hombre que sin proponérselo devino héroe por los avatares del destino y fue capaz de sacrificar una vida de amor y prosperidad por seguir el camino de la manigua redentora. Del luchador incansable que siempre apoyó la unidad como fortaleza.
La toga de jurista, cambiada por su condición de patriota, constituye el más alto estandarte de los juristas de ahora que siguen su legado y ejemplo en condiciones históricas tan adversas como antaño, pero con la misma fe en la victoria.
Ese es el Agramonte al que en estos instantes rendimos tributo.